martes, 13 de diciembre de 2011

LUJOS EN MEDIO DEL HAMBRE

Orient Express: lujo en un continente en crisis
Cena de gala en el tren y gente que busca comida en París
Por Paula Lugones
 En los vagones restaurantes se sirve un menú de 5 platos mientras la formación llega a la capital francesa. En la Ciudad Luz, hay cada vez más “Sin techo” y personas que piden alimentos gratuitos.
Mesdames et messieurs, bienvenue à bord.
 El altavoz retumba en la estación de Calais e invita a vivir una aventura fascinante, un flashback que transporta en un instante a 200 pasajeros a otra época, otro mundo, casi un siglo atrás. El planeta de los ricos y famosos de los años 20 y 30, el de los reyes y los nobles, los artistas y los intelectuales, los espías y asesinos. Por eso hay quien bautizó al Orient Express como “el Titanic de los trenes”, aunque no se estrella ni se hunde: a bordo se condensa todo el lujo imaginable para el viaje más exclusivo por el continente europeo.
 Casi un espejismo sobre una Europa que sufre, que se ajusta el cinturón , golpeada por la peor crisis desde la Segunda Guerra.
La travesía había comenzado en Victoria Station, en Londres. El Orient Express atravesó la campiña inglesa y, tras cruzar el Canal de la Mancha, se alcanzó suelo francés. En Calais espera otra formación, de casi 450 metros de largo, con 11 vagones dormitorios, tres coches restaurantes y un bar. En el pie del vagón azul, con escudos dorados, despliega una enorme sonrisa Juan Pablo Barchuk, un argentino de Tapiales, de inmaculado uniforme, que hace 3 años trabaja como asistente de cabina. Juan Pablo ayuda con el equipaje y explica los secretos de ese cubículo mágico recubierto de fina madera que puede travestirse en un instante de living a dormitorio. La locomotora diesel resopla nerviosa: son las cuatro de la tarde, el tren finalmente arranca y pone proa hacia París, aunque el destino final es Venecia. 
Toc, toc, dos golpes en la puerta y aparece en la cabina otro señor de uniforme más severo, con levita, para coordinar la hora de la cena: primer turno, 7.30, vagón oriental. Hay que apurar el paso, pero aún hay tiempo para relajarse un rato en el coche bar. 
El tren se desliza por la campiña francesa, que poco a poco se tiñe del rosado del atardecer. Las manos del pianista vuelan sobre el marfil y la música de los años 20 apenas opaca el ruido de las cocteleras que se agitan prestas a complacer a los clientes: martini, gin tonic, bloody Mary, los favoritos. Algunos se miman con un champagne Krug, Vintage, cosecha 1998, a 330 euros (unos 2.000 pesos) la botella. Como Gideon, un británico manager de un fondo de inversión, que viaja con su espectacular novia Rachel, que le saca media cabeza arriba de sus botas negras. “Son Louboutin”, aclara él sobre el calzado de suela roja. “Yo se las regalé”.
Gideon –pantalón blanco, camisa con arabescos, zapatos en punta y saco azul– es precisamente uno de esos señores que ponen los pelos de punta a los “indignados”de todo el mundo. Es parte de ese 1% de la población que se lleva todos los recursos, mientras el 99% la pelea para sobrevivir, según predica el movimiento de protesta que se extiende ante la crisis global “Manejo un fondo de inversión de 50 millones de libras de clientes (casi 80 millones de dólares)”, se explaya Gideon, que prefirió no decir su apellido. Cuando se le pregunta sobre la crisis global, no se refiere a otra cosa que al costado del negocio: “Es una gran oportunidad para comprar. La gente tiene mentalidad de rebaño: todos piensan que las cosas andan mal, entonces es momento para comprar”. Y se arriesga a dar un consejo: “Recuerde lo que le digo: el euro va a estrellarse. Pero por 18 meses se puede ganar muchísimo dinero.
 Porque los mercados están subvaluados y podemos. En septiembre ganamos un 9% ... Compre. Nosotros compramos. Estamos todos en ésa”. 
Ya es de noche y es hora de cambiarse para la cena. El código de etiqueta para esta ocasión es estricto: black tie, recomiendan en la compañía de antemano, para “conservar la atmósfera” del tren. Eso significa vestido largo para las damas y smoking para los caballeros. Los angostos pasillos recubiertos en madera conducen a los tres vagones restaurantes. Hoy toca el “Voiture Chinoise” , con paneles de laca negra pintados a mano con motivos orientales. 
El menú de 5 platos incluye langosta con salsa de caviar, lomo con hongos y vegetales, selección de quesos franceses, crepe soufflé con salsa de mandarinas, sorbet y pequeñas delicias para el café. La carta de vinos es generosa: lo más barato, una copa de Sauvignon Petrussa 2009 a 12 euros (70 pesos). Lo más caro, una botella de Chateau Beychevelle, Cabernet Sauvignon y Merlot, Saint Julián, 1998, a 295 euros (unos 1.800 pesos). 
A la hora de los postres, el tren comienza a merodear París.
 La Ciudad Luz transcurre vertiginosa a través de las ventanillas hasta que el Orient Express finalmente amarra en la Gare de L’Est, en la capital francesa.
El paisaje de París ha cambiado dramáticamente en los últimos meses. Impacta y conmueve ver en pleno centro de la ciudad a centenares de hombres, mujeres y familias enteras durmiendo en la calle y revolviendo los tachos de basura.
 Muchos se refugian, con valijas y colchones, en las cabinas telefónicas que ya nadie usa. La mayoría son inmigrantes que no tienen a dónde ir porque el estado de bienestar ya no puede darles cabida: con la crisis y los recortes sociales, la asistencia apenas alcanza para abastecer a los franceses.
En el barrio de Montmartre, pleno de artistas e inmigrantes, la organización Secours Populaire no da abasto. En un galpón, donde circulan mamás con cochecitos, hombres solos y personas mayores, hay acumuladas montañas de víveres para ser distribuidos entre los que menos tienen . Leche en polvo, pañales, arroz, harina, pollo congelado y arvejas es lo que más se ve. Este centro de distribución de comida explota: en los últimos dos años, la cantidad de raciones ha aumentado un 50% , según cuenta Alain Chetaille, el coordinador del lugar. 
Loïc Vauvert tiene 45 años, no tiene trabajo desde hace un año y medio, recibe subsidios del Estado para vivienda y electricidad, pero por primera vez recurrió a Secours Populaire para buscar alimentos.
“Es duro venir aquí ... no es fácil, pero no hay remedio”, se resigna. Se lleva harina, fideos, aceite, azúcar y cereales.
Para Luis Miotti, profesor de Economía de la Universidad de París Nord que ha estudiado más de 200 crisis en la historia, la que vive Europa es una “crisis estructural” , es decir que a los economistas ya se le acabaron las herramientas usuales para corregir el rumbo.
En Francia hay un 9,3% de desocupación, unas 2,77 millones de personas que buscan empleo y el gobierno de Nicolas Sarkozy ha recortado miles de puestos de trabajo estatales. Miotti destaca que en este país “el sistema de Estado de bienestar que todavía queda es extremadamente poderoso”. Y que esto aún sirve de “colchón amortiguador” para que la crisis no se sienta tanto como en otros países. Pero hace hincapié en el miedo, que “paraliza las sociedades, paraliza a los inversores y a los consumidores”.
Desde su consultorio a orillas del Sena, con vistas a la Torre Eiffel, el psicoanalista argentino Juan David Nasio coincide en que el temor es generalizado entre los que tienen trabajo, por temor a perderlo.
Pero también entre los sectores más pudientes.
“Tengo un paciente que trabaja con diamantes y está extremadamente preocupado. No puede dormir, sufre, llora”, cuenta. “Tengo otro con 120 negocios y está muy angustiado porque la Bolsa le hizo perder mucho dinero”, agrega.
En la periferia de París –l a banlieue – las preocupaciones son más terrenales. Clichy-sous-Bois, epicentro de disturbios sociales hace algunos años, está hoy virtualmente tomado por la policía y hay toque de queda: los jóvenes no pueden salir de noche. Algunos comerciantes, sentados tomando aire fresco en las veredas, se quejan de que venden menos.
 Otros, como Radyid Ottmane, aseguran que ahora hay mucha más gente con problemas de vivienda y salud, sobre todo los que no tienen papeles. ¿Temor a los recortes sociales? Para Ahmed Loukil, la crisis “es sólo un tema de los ricos” y nada cambiará con Sarkozy. “Es siempre el mismo gobierno. Todo sigue igual. Es la miseria para los que vivimos acá.” A varios kilómetros de la banlieue – y a años luz de sus pesares– el Orient Express levanta algunos pasajeros en la Gare de L’Est. Son las 9 de la noche y el segundo turno de la cena está por comenzar. Los que comieron antes ya disfrutan de un cóctel en el coche bar. Suena el silbato, el tren ruge y reinicia su marcha, a una velocidad de entre 90 y 110 km por hora. Las sonrisas y los arrumacos empiezan a aflorar en uno de los lugares más románticos del mundo. Juan Pablo ya alistó todas las cabinas del vagón para que los pasajeros puedan pasar la noche. Hay una orquídea rosada en la mesita de luz, una bata y pantuflas con el logo del tren. París quedó atrás y es hora de dormir, acunados en el suave meneo del Orient Express. El amanecer será en los Alpes.
Tomado de Clarín , por sugerencia del Dr. Roberto Silva

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