miércoles, 27 de noviembre de 2013

DISPLICENCIA ANTE LOS DESASTRES

DISPLICENCIA ANTE LOS DESASTRES
Muchos de los desastres naturales se repiten sistemáticamente en las mismas regiones y por las mismas épocas del año
Probablemente debido a que, en suma, las consecuencias de los desastres naturales en Bolivia no llegan a alcanzar las terribles magnitudes que en otras partes del mundo, solemos tomar muy a la ligera los mecanismos de prevención y logística de preparación frente a ellos.
No otra cosa se puede deducir del hecho de que, aproximadamente por el mes de octubre, todos los años se hable de los perjuicios de la sequía, para luego sufrir las penurias de las inundaciones en época de lluvias.
Muchos de estos problemas se repiten sistemáticamente en las mismas regiones y por las mismas épocas del año, por lo que no debería ser difícil poner en marcha métodos de prevención que permitan reducir al máximo el sufrimiento de todas las familias, año por año, afectadas.
En otros casos, se trata de fenómenos extraordinarios para los que, sin embargo, también existen políticas públicas, dinámicas y logísticas puestas en práctica en diferentes latitudes, que aunque no son tan efectivas para evitar la generación de perjuicios para la gente, sí son útiles para la creación de condiciones que permitan reacciones y respuestas inmediatas y eficientes por parte de entidades públicas y ciudadanía en general, que eviten que el sufrimiento que puede generarse fruto de los desastres inesperados se extienda innecesariamente.
Concretamente, en Cochabamba hemos visto en los últimos meses un conjunto de fenómenos naturales que han provocado diferentes grados de perjuicio contra la población, concentrándose, en algunos casos y de manera extraordinaria, en regiones específicas, como el municipio de Sacabamba, y que en conjunto han afectado a cerca de 4.345 familias en todo el departamento, y frente a los que nos hemos encontrado tan pobremente preparados como todos los años.
Adicionalmente, se está viendo que muchas obras civiles están siendo construidas con la misma despreocupación ante posibles imprevistos climáticos, lo que implica un daño económico contra las arcas públicas al requerirse posteriores reconstrucciones pero, más importante aún, representa un serio peligro para las vidas de los pobladores a quienes están destinadas las obras.
A guisa de ejemplo se puede mencionar el colapso de un techo del mercado campesino de Colcapirhua o el de un tinglado del municipio de Sacabamba, ambas obras evidentemente realizadas sin prever su resistencia ante las inclemencias del tiempo, y mucho menos diseñadas pensando en desastres naturales de las magnitudes vistas en el exterior (que no es imposible de ver en Bolivia, como recuerda el terremoto de Aiquile y Totora en mayo de 1998).
Debemos recordar que uno de los sinos del tercer mundo es, precisamente, su pobre preparación contra las catástrofes naturales, mientras que los países desarrollados, también vulnerables a ellas, suelen tener listos dispositivos de reacción inmediata que reducen al mínimo el sufrimiento de sus sociedades.

Bien haríamos en mirar la posibilidad de desastres naturales con menor indiferencia, y dejar de ser displicentes frente a las dinámicas y estrategias de previsión, alerta y reacción inmediata ante las mismas. Ya lo dice el viejo adagio “más vale prevenir que lamentar”. TOMADO DE LOS TEIMPOS DE BOLIVIA 

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